Cuando yo era pequeña había una jaula de pájaros en la terraza de la casa de mi abuela, un lugar en el que pasaba casi tanto tiempo como en la mía. Eran dos canarios que cantaban cada mañana. Cuando limpiaban la jaula los dejaban encima de la mesa; correteaban por ella, pero no volaban.
Los pájaros se fueron haciendo mayores, igual que mi bisabuela; uno de ellos murió y el otro se quedó solo, algo que ahora me parece triste y cruel. Un día lo pusieron encima de la mesa y en vez de corretear fue volando hasta el borde; al llegar allí siguió caminando, puse mis manos para que no cayera al suelo.
No tengo un cierre poético ni una moraleja para esa imagen; la recuerdo a menudo estos días mientras termino de dar los primeros pequeños pasos de Pájaro raíz. Acaricio de nuevo los recuerdos y sé que nunca seré fiel a ellos; sumaré y quitaré cosas, transformaré la realidad e incluso el carácter de las personas; siempre habrá alguien que diga “no fue así como sucedió”. Pero, al contrario de lo que me pasó hace 20 años cuando empecé a escribir las historias de la familia, cuando escuche esa voz seguiré hilvanando los hilos de mi memoria; porque soy yo quien deseó que volaran los pájaros.
¿Dónde están mis pájaros?
En agosto lancé la preventa al mundo y llegué al mínimo necesario para las clases de vuelo. La primera tirada es artesana y todavía puedes reservar la tuya aquí; también puedes elegir la versión digital y ayudarme a seguir creando.
Publiqué la introducción y ya hay otros seis textos grabados
Sigo escribiendo los textos que faltan a la vez que reviso y edito los que ya están; ya hay varias versiones definitivas, aunque todavía pasarán una edición final.
Soñé que le presentaba el proyecto a la ilustradora, una amiga con la que casi había perdido el contacto, y al día siguiente hablé con ella. Me dijo que sí y está trabajando en el boceto de la portada. Tengo muchas ganas de compartirla, ¡está quedando preciosa!
Algunas reflexiones de estas semanas:
Llevo 10 años impulsando y acompañando a otras personas para que se atrevan a contar su propia historia; para que lleguen al fondo de su corazón y traigan a la luz todo lo que brilla en el fondo. Hacer esto me ha permitido llegar, también, al fondo del mío.
Soy exigente y minuciosa con las palabras; reviso, edito, tacho palabras repetidas; leo en voz alta para sentir el ritmo y la cadencia. A veces no encuentro la salida, me ofusco; dejo que el texto repose un tiempo y si todavía no aparece la respuesta, aprendo a dejar espacio para las imperfecciones. Sobre todo en este proyecto en el que, por primera vez, estoy convencida de que el qué es más importante que el cómo.
Llevo más de 30 años escribiendo en serio y, sin embargo, tendré 48 años cuando publique mi primer texto literario. Sostener un proyecto y materializarlo requiere tiempo, energía, confianza, dinero, compromiso, alguien que te susurre cada día que merece la pena hacerlo (¡gracias, muchas gracias!). Con esto no quiero decirte que necesites todo ese tiempo, al contrario. Si estás queriendo alumbrar un libro, cualquier creación propia, merece mucho la pena hacerlo y encontrarás la forma; pero, como ya he dicho muchas veces, depende de ti hacerlo; no puedes esperar el momento perfecto.
Es muy hermoso crear cuando ya hay una base sólida en la que encajar las piezas; cuando hay varias personas al otro lado con las manos abiertas para que mis pájaros se posen en ellas el 1 de diciembre. Algo se abre y se expande por dentro; la confianza de quienes esperan y quienes me acompañan es el mejor antídoto contra el miedo y la exigencia del perfeccionismo.
¡Muchas gracias por tu interés!
Hasta pronto,
Lidia Luna
Imagen: Dulcey Lima